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Un sueño que soñé

Victoria Rosas Peribán Taller AJEF "Niños Héroes" No. 1 San Andrés Tuxtla, Veracruz

«I had a dream my life would be. So different from this hell I'm living. So different now, from what it seemed. Now life has killed the dream I dreamed…»

- Fantine, Les Miserables

Cierro los ojos. Me hundo un poco más en el agua espumosa de la bañera, sintiendo el cosquilleo de la espuma en mi barbilla. Me voy deslizando más hacia dentro del agua hasta sumergirme del todo, apoyando mi espalda en el fondo de la bañera, y alzando mis rodillas. Cruzo mis brazos sobre mí misma y cierro los ojos con fuerza soltando poco a poco el aire por la nariz. Bajo el agua hay un silencio casi mágico. Me gusta hacer eso a veces. Me recuerda esos recuerdos que no recuerdo, los que me gustaría tanto recordar, aquellos meses de paz, de protección. El universo único y nuestro del que procedemos, en el que vivimos antes de empezar a vivir: el vientre materno. Me gustaría retornar al vientre de mi madre y volver a ser quien fui antes de ser yo. Este vacío silencioso debajo de la cálida agua de la bañera me lleva a un trance en el que siento un vuelco en el corazón y llego a pensar que he muerto porque he olvidado que aún soy humana y necesito aire, pero un suceso en la oscuridad de mis parpados ocurre y hace que el estómago se me revuelva, una nebulosa azulada, serpenteada de estrellas diminutas, tiembla en las manos de alguien, y sé de principio quién es, porque sólo el Universo siente escalofríos cuando el Tiempo le toca.

 

            El baño ha cambiado, no hay velas con olor a canela y la pared ya no es blanca, ahora es negra, como pintada con pintura para pizarrón. Me levanto desconcertada por el cambio tan drástico, cuando voy hasta el toallero mi desconcierto aumenta, no creo ser de las personas que utilizan dos toallas para secarse, ¿o sí? ¿Tan rara soy?

 

            Un hombre de edad bastante mayor a la mía de dieciséis me saca de mi desconcierto sujetando la toalla entre sus manos, más bien, quitándomela, porque me atraviesa el cuerpo con sus brazos sin siquiera mirar mi desnudez. ¿Soy un fantasma? ¿De verdad he muerto y me he quedado congelada en un tiempo al que no pertenecía? Mil teorías aparecen en mi cabeza a medida que avanzo por el pasillo cubierto de una alfombra que seca mis pies mientras camino, en la pared hay fotos de mí siendo una bebé, una jovencita y hay otra persona pero no soy yo, tiene el cabello largo y negro y es delgada como un pequeño palillo, parece ser mi hermana pero no es hasta la siguiente foto en la que reparo en su perfil, donde exhibe un colorido arcoíris en el cabello y sonríe como si el alma le faltara. Aún no estoy preparada, le digo al tiempo, aún no estoy lista. Pero como siempre, no me escucha y pone sus manos en mi espalda empujándome al final del pasillo para mirar a través de mí siendo yo un simple espectador. El hombre que ha entrado al baño baja por las escaleras y yo me hago a un lado aunque en realidad no puede verme. Es muy guapo, he de admitirlo, lleva unas gafas de armazón cuadrado y se ajusta una corbata azul al cuello, acto seguido, va hacia la cocina y le da una mordida a una zanahoria untada con sal. Lo sigo sintiéndome una entrometida, me gusta, es varonil y tiene un porte de hombre de negocios, tomo asiento al lado del Tiempo en la barra de la cocina y observo todos sus movimientos, rápidos y precisos pero cuidadosos. “Al menos estoy viviendo con alguien que me gusta” Le digo a mi compañero espectador y hasta me parece que sonríe malvadamente palmeando mi espalda. “Espera y verás”. Susurra y sucede.

 

            Una muchacha de veintitantos años aparece en el umbral de la puerta, lleva en una mano un portafolio color caqui y en la otra lo que parece ser un termo de café. No puedo verla a la cara, sólo su cabello negro, adornado con rayos descolorados por el paso del tiempo y el champú, camina cabizbaja hasta la cocina, besa al hombre en la mejilla y se despiden con un tierno “Hasta la noche”. Yo quiero gritarle que me vea. Mi amigo ha puesto su brazo alrededor de mis hombros y el cuerpo me tiembla de nervios y enojo, ella se acerca a mí y pone ambas manos al lado de mi cuerpo etéreo sobre la barra, se quita las gafas...y me mira y quiero lorar de horror. Mab. Mi pesadilla es esa muchacha, sólo que más grande. Tiene la piel pálida y blanquecina como la leche, las ojeras que ha intentado disimular con corrector la delatan cuando una lágrima cae bajo sus ojos y su cara es tan delgada y afilada que tengo ganas de salir corriendo, incluso aquellos rayos que deberían simular ser el color en su persona se han apagado. La niña que una vez fui de colores me he convertido en una víctima del Tiempo, en una perdida para Momo, en la pesadilla que intenté evitar siempre. Me veo en el espejo y el rostro se me desfigura en una mueca de dolor, toco mi mejilla en el cristal y junto mis frentes. “¿Qué te han hecho, niña?” Susurro y siento como si mi gemela llorara por mí también, siento que ella llora por mí, por la niña de dieciséis años que recorta corazones de colores mientras escucha canciones de amor para intentar buscar inspiración, siento que Mab llora porque el tiempo le ha ganado de nuevo, llora porque siente la ausencia de mí ser, del ser que era hace diez años. Mab llora porque no soy yo. Mab llora como yo lloraba para no ser ella. Nos observamos por tanto tiempo que el mismo tiempo empieza a desesperarse por ambas.

 

            El recorrido por esa casa de madera, porque al final ha sido de madera y no de cristal, es una línea del tiempo sin fechas, fotos con personas que no conozco en mi vida me hacen sentir menos yo de lo que ya soy. Hay una en donde estoy rodeada de niños con uniforme, otras en donde el que parece ser un soldado de alto rango me entrega un diploma que no se alcanza a leer, en algunos cajones hay cartas que huelen a café, enviadas por mi hermana, en donde me habla sobre cómo mamá lidia con la muerte de mis abuelos, siento pena, ¿no he visto a mis abuelos desde hace cuánto? ¿Me he negado a verles una última vez? Lo más probable es que sí. Hay más fotos y cartas que letras hechas por mí. ¿He dejado de escribir, acaso? ¿He sucumbido al maldito internet y he guardado ahí lo que estaba reservado para el papel? No quiero saberlo. Busco con el Tiempo algún indicio de mi letra pero sólo veo facturas y cheques. ¿Y mis libros? ¿Y mis finales? ¿Y mi baúl de tesoros? ¿Dónde están mis notitas con mis frases favoritas? ¿Dónde está mi decorado sucio y desorganizado? ¿Por qué mi hogar no huele a paletas, habanos y café? ¿Por qué Mab se sienta a ver la tele? ¿Por qué no tiene un anillo de compromiso en la mano? ¿Por qué no tiene uno de matrimonio? ¿Y los CDs de música? ¿Y mi colección de discos de los Beatles? ¿Y mis películas de renta? ¿Por qué no suena Frank Sinatra o Elvis Presley de fondo? ¿Por qué todo está tan callado o inhóspito? ¿Por qué me siento una extraña en mi hogar? ¿Es que acaso ha pasado…? ¿He cambiado?

 

            Veo a mi alrededor y sé que estoy perdida. Completamente perdida. Veo todos mis sueños convertidos en una pesadilla plasmada en madera y lujosidad. Veo mi mundo roto. Incajable. Han pasado diez años pero me siento como si no hubiera vivido ni siquiera los dieciséis años anteriores a mi vida. Cuando soy consciente de todo esto, hago lo único digno y lógico que alguien como yo podría hacer: caer de rodillas al suelo gritando y llorando. Estoy perdida, desnuda, ignorada, sola y la única compañía que tengo a mi lado son las dos cosas que más odio en el mundo; el Tiempo y Mab.

 

            El primero parece que finalmente se apiada de mí y estando yo en posición fetal con el llanto aún corriendo sobre mi rostro, me abraza y el vuelco en el corazón, la nebulosa serpenteada por estrellas y el retorcijón en el estómago vuelven a aparecer y siento cómo el agua empieza a entrar por mi nariz haciéndome reaccionar de nuevo.

 

            Abro los ojos y me abrazo a mí misma sintiendo temor. De mí, del Tiempo, de Mab, de todo lo que me rodea hoy y que tal vez no me rodeará en un futuro. Intento buscar algo a lo que abrazarme pero estoy sola. Tal vez si me ahogo pueda evitar ese futuro pero eso sería dejarle el camino libre a tantas personas que me resulta perturbador. Ahora mismo, mientras veo mi baño nuevo y sin ninguna historia que contar, me pregunto si el tiempo me quiere matar por yo haberle matado tantas veces. Me recuesto contra la bañera y cierro los ojos una vez más. Y lo sé. Ese es mi futuro. Aquel que no puede ser cambiado porque el tiempo no se cambia, sólo avanza, lento y tortuoso, a un final que permanece desconocido para todos, excepto para mí. Por mis superficialidades, mis expectativas, mis creencias y mis dogmas no hay otro futuro para mí que el ser Mab. ¿Y es que cómo te puedes negar a ser lo que eres? Una pesadilla. El monstruo que los padres usan para asustar a sus hijos. El demonio al que le temías cuando eras niña, en eso te conviertes gracias al Tiempo y a la vida. En mi interior siento que tal vez puedo hacerlo. Que puedo ser aquella que puede cambiar su futuro. Que puedo ser la heroína de mi propia historia, puedo ser aquella que vence, que puedo hacerle honor a mi nombre como siempre lo he hecho. Pero un tic-tac constante en mi corazón me hace recordar algo que leí hace mucho tiempo: “El tiempo es aquel jugador de ajedrez, que cuando tú empiezas a entender cómo se mueven las piezas, ya te ha puesto en jaque”. Puedo incluso sentir su sonrisa de aprobación detrás de mí. El tiempo sabe que es así, que yo, el sombrerero, Momo, Ever…todos nosotros somos sus enemigos jurados y, por lo tanto, tiene que eliminarnos del tablero, porque ya hemos empezado a entenderle. Es como si pudiera escuchar mi mente e incluso creo que lo hace, me acaricia con suavidad como intentando apaciguar mis instintos rebeldes, pero le conozco. Así es él. Su mejor mentira es hacerme creer que he ganado.

 

            Pienso en mis días de infancia, cuando él era igual a mí en condiciones, cuando no podía herirme ni yo a él porque nos queríamos y apreciábamos nuestro tiempo juntos. Porque tuve la niñez más feliz de la vida, porque se portó amable conmigo durante siete años…hasta que decidió cobrarse mi primera sonrisa quitándome al amor de mi vida en otoño. Un otoño que olía a invierno, a muerte y a desolación.

 

            Pienso en todo lo que he leído, en todo lo que he escuchado y vivido. Pienso en las personas que he conocido, en las que me han herido, en las que me han amado, pienso en las historias, en los cuentos, en las obras de arte, en la música, en mi canción favorita, en aquel científico que descubrió el todo con tan solo revertir el reloj, pienso en la risa de mi amigo, en mis lágrimas, en las letras que yo he creado, en las estrellas que he querido poseer, en la lluvia que he querido que fuese tibia, pienso en mi abuela ya tan anciana que no puede reconocerme, pienso en aquel niño de ojos verdes tan joven que no sabe nada acerca del lugar en donde ha venido a parar, pienso en todo lo que alguna vez fui y lo que seré, y me resulta increíble que todo se reduzca a un pequeño efecto de tic-tac que nos hace seguir moviéndonos sin cesar, me parece increíble que el tiempo, quien me hizo nacer un día, me vaya a matar ahora, me vaya a matar a mí y a todos nosotros. Así que con un sueño destrozado y la promesa de una muerte en vida, me dejo abrazar por mi dueño, haciendo lo mejor que puedo hacer para retrasarle, perderle.

© 2023 by Revista Copitl

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